DE FAMILIA
Ontoria, agosto 2003
El capítulo más importante de la estancia norteña es estar con la familia. Tiene gracia, porque ninguno vive todo el año allí y nos vemos con mucha frecuencia en Madrid, pero no hay veraneo en Cantabria sin estar pendiente de todos y cada uno de los que allí estamos. ¡Y de los que allí estuvieron! Casi me atrevería a decir, que mucho más importante que alternar con los vivos, es hacerlo con el recuerdo de los que ya no están. Según llegan al valle se esponjan, reviven y se sienten igual que si el tiempo no pasara por ellos y rodeados de las mismas personas que cuando lo dejaron. Afloran las sensaciones y sentimientos de nostalgia con una fuerza inusitada y no pasan ni 24 horas y ya parece que ninguno se ha movido de allí en su vida. Integrados en el paisaje, traspasados por la luz brillante del cielo y el verde de los prados. No hay año en el que no surja una anécdota olvidada. Siempre hay algún familiar que recupera de repente la memoria y recuerda montones de cosas que hacía años que se le habían borrado de la cabeza. Si, la memoria es selectiva y con la edad mucho más: vuelven a la vida personajes de los que apenas has oído hablar con una frescura y lozanía increíble y cientos de cuentos e historias que bien valdrían un buen libro.
No hay aperitivo, merienda, comida o café en el que no se mencione a algún pariente por lejano que sea y se hagan cábalas de la conexión que le une con los vivos o con alguno más de los que tengamos despistados dentro del árbol genealógico familiar. Algunas ramas las tenemos trilladas y ya no ofrecen posibilidad alguna de duda: ¿quién discute hoy en día que el abuelo de don Ramón de la Serna, marido de “la eximia” (*), se llamaba Juan Antonio de la Serna y Fernández de la Cotera. Por esas ramas tan altas ha escalado el tío Alfonso hasta toparse, arriba del todo, con el tan traído y tan llevado, don Benito de la Serna, segundo apellido desconocido, que nació en Santibañez y Carrejo en el primer cuarto de siglo de 1600. ¡Qué pena que de ahí para arriba ya no haya más hojarascas que desbrozar: el archivo está destruido!
Podemos, en todo caso, preguntarnos quienes serían los muchos Sernas que aparecen en los libros parroquiales de Santibáñez, incompletos y poco datados según nos vamos sumiendo en el pozo de los años del siglo XVI, que es cuando se inicia el registro. ¿Quién sería Ana de la Serna, casada con Domingo Fernández de Amor en 1582? ¿Y el Juan de la Serna que casara con Antonia Martínez en 1586? ¡Faltan documentos y se han perdido libros pero cuatro siglos después conservamos una Ana y un Juan del mismo apellido entre nosotros!
¿Tan poco hemos cambiado? Repasando listas de nombre descubro muchos iguales. Yo existí también antes: María de la Serna era la hermana del bisabuelo don Ramón. De la Serna y Cueto, pero María, como yo. Entre los hermanos de don Ramón descubro un Manuel de la Serna -entrañable tío Manolín- y una Concha de la Serna, predecesora de la actual de la Serna Escasany. Si sólo nos fijamos en el nombre y no en el apellido los más frecuentes son Ramón, Fernando y Juan entre los hombres y Ana, María y Concepción entre las mujeres. Y tenemos Ramones y Conchas entre los que aquí estamos.
Otra manera de matar el rato con el árbol genealógico es la de tender un puente entre un antepasado intangible y una rutina diaria: meter un muerto familiar en el día a día. Este verano, por ejemplo, hemos especulado mucho con la aseveración de Alfredo de que en la casa que hoy es suya en Mazcuerras vivió don Víctor Espina, padre de doña Concha, es decir, nuestro tatarabuelo, ¿no? Don Víctor murió en Mazcuerras en enero de 1920, así que, ¿por qué no? Con esta rama del tronco familiar podemos jugar a más adivinanzas, pues don Víctor no se llamaba sólo Espina. Llevaba un Rodríguez delante. Era apellido compuesto. Pero, ¿cuándo con exactitud se quitó el “Rodríguez”? ¿Fue siempre un apellido compuesto? ¿O los unió algún antepasado? Tanto el abuelo como el bisabuelo de doña Concha lo utilizaban ya con el guion: Hermenegildo Rodríguez-Espina y Rozas, el abuelo, y Francisco Rodríguez-Espina, el bisabuelo. Y no ha habido manera, dice el tío Alfonso, de investigar pariente alguno anterior a este Paco de Cangas de Tineo en Asturias. ¡Qué rabia!
Entre café, copa y puro podemos entretenernos también discutiendo porqué se quitaría, perdería, dejaría de utilizarse el “de” que antecede a Cueto. Porque el abuelo de don Ramón -“el eximio”- consta como Fernando de Cueto y Quijano en el acta de nacimiento de la Casa de los Tiros de Molledo allá por 1798, pero no aparece ya en el apellido de su hija Baldomera -¡nombres había!- de cuyo matrimonio con don José de la Serna y Haces nació en 1870 nuestro bisabuelo don Ramón.
-Este Fernando de Cueto y Quijano fue el abuelo del famoso capitán Cueto del que tanto nos has oído hablar-, me dice mi padre viendo la cara de curiosidad que tengo.
-¿El de la casa de la esquina con la carretera en Cabezón?
-El de la casa de Cabezón, el de Cuba…
-¿El de Jovita?
-Si, ese mismo. Don Fernando, su abuelo, el de la Casa de los Tiros, estaba casado con Maria Josefa Sánchez y de la Campa Cos, natural de Comillas. Tuvieron cinco hijos, si mal no recuerdo: Baldomera, que como ya hemos dicho, era la madre de don Ramón de la Serna, el eximio; Dolores, Fernando, María Matea y Concepción. Esta última, casada con Cástor Gutierrez de la Torre, fue la madre del capitán Cueto.
-…¡Que por lo tanto se llamaba en realidad Gutiérrez de Cueto de la Torre y Sánchez, si hablamos con propiedad!
-Si, pero eso debía ser muy largo y él se quedó sólo con el Cueto: y bastante aire le dio. Fueron nueve hermanos. Sixto y él, marinos mercantes ambos. Sixto, capitán de barcos de vela y de vapor, se estableció en Perú, en Islay donde había una factoría. Se le conocía como el “Chapetón Cueto”.
-¿Chapetón?
-Chapetón era el nombre que les daban en Perú a los españoles. Tenía fama de mal genio. De hecho se sabe, que al menos, había tirado al mar a un piloto marsellés, se había pegado con un presumido ingeniero yanki y, desde luego, había lanzado por el balcón a un representante del gobierno. Fue cuando la construcción del ferrocarril de Islay a Puno. Parece ser que este hombre quiso hacer alguna pifia y el “Chapetón”, que se dio cuenta, no se anduvo por las ramas. Con los años se hizo imprescindible y cualquier trato que había de llevarse a cabo en lo que había sido la factoría, contaba con su participación. La ciudad fue creciendo. El era un hombre que, aunque no era muy rico, tenía mucha influencia, pero también muchos enemigos. Se peleó, además, con el obispo y en cuanto hubo revueltas en la ciudad, acabó en la cárcel. Eso le salvó de morir porque la masa enfurecida prendió fuego la ciudad y no quedó nada en pie, salvo ese edificio. Salió triunfador de la contienda, arengó a las masas, metió al gobernador en prisión y los indios, agradecidos, le construyeron una casa de tablones de madera al otro lado del puerto, en la otra orilla de la bahía y allí fue donde colgó el famoso letrero, del que también nos habrás oído hablar a tu tío Gonzalo y a mí:
GUTIERREZ CUETO AND SONS
MOLLEDO
Perú
Y así, de paso, fundó en Perú una nueva ciudad que se llamó como el pueblo en el que él había nacido. Durante muchos años siguió siendo el puerto de Islay, pero los cartógrafos acabaron agregando Mollendo al puerto -le añadieron esa N un poco por jorobar – que hoy sigue siendo el puerto de Mollendo Islay y una próspera ciudad del Pacífico peruano.
-¡Vaya hermano! ¿Y eran todos iguales?
-Hubo de todo. Sobre todo, hombres de letras: Enrique, escritor y pintor, fundó en 1866 el diario “El Atlántico” de Santander. Es el padre de María Blanchard, la pintora.
-Es decir de María Gutiérrez Blanchard.
-Así es. También está Domingo, abogado, político y escritor -de seudónimo “Mingo Revulgo”-; Antonio, otro escritor; Cástor, que murió muy joven; Ángel, que emigró a Méjico y las mujeres: Julia, casada con un Quirós y padres del pintor Antonio Quirós y Ana, casada con Eduardo de la Torre y por tanto, padres de Matilde de la Torre. ¿Te sitúas?
-¡Vaya lujo de familión! Parece imposible que de tan poco territorio salga tanta gente de valía. ¿Y el capitán Cueto? Le hemos perdido con tanto hermano interesante.
-El capitán Cueto también era marino mercante. Viajó por los siete mares, comerció con maderas y condujo con mano firme tripulaciones orientales muy dadas al pirateo y las sublevaciones. Estuvo en Argentina y se estableció en Cuba. Y de aquí es el famoso episodio del bloqueo de La Habana.
-Si, me suena algo así como que sorteaba los barcos americanos.
-Exacto. Los americanos habían bloqueado la isla de Cuba y no dejaban que entrara barco alguno en la bahía de La Habana a abastecer a sus habitantes. Cueto, que capitaneaba entonces el “Purísima Concepción”, conocía la bahía como la palma de la mano y aunque tiene poca profundidad en algunos puntos, sabía como manejar su barco, de vapor, en silencio y con las luces apagadas, por los canales con el suficiente calado. Durante semanas burló la vigilancia americana y llevó víveres a los cubanos. Hasta que le pillaron y le hundieron el barco. Salvó a sus hombres, pero perdió sus dineros.
-Así que se tuvo que volver a España y casar bien, porque Jovita tenía buen bolsillo, ¿no?
-Pico más o menos, Jovita del Rivero o Gil del Rivero, que no lo sé bien, era mujer de armas tomar. Del Capitán Cueto es aquello de “cuando yo tenga la suerte de tener la desgracia de perder a mi Jovita…”
-¡Desde luego! Se le ve el plumero. A pesar de sus ojitos claros y su melena rubita, entre el genio que tenía y la pluma que gastaba,…¡debían de temerle los vecinos de su Cabezón de la Sal natal!
-Si, era muy aficionado a hacerle ripios maliciosos, cuchufletas o epigramas a los personajes del pueblo. Tenía enfilado al alcalde, Vicente Arines, que tenía una chepa que fue blanco de sus bromas. Pero no se salvaba nadie.
-Yo tengo uno de esos versitos, que me parece que a nosotros, a los de la Serna de hoy o a los de entonces, nos va al pelo, pues a ellos está dedicado:
SI SERNA TUVIERA SARNA
Y LO TUVIERA EN UNA PIERNA
QUE ES DONDE LA SARNA ENCARNA
CURARÍA SERNA Y SARNA
DE LA SARNA Y DE LA PIERNA
-¡Caramba! Sí que es bueno. ¿De dónde lo has sacado?
-Ya ves, curiosa que es una. Y también sé que alguna vez capitaneó otro barquito velero menos famoso y más pequeño, que se llamó “Niña Marita”…
-¡Eres una bruja!
(*) La eximia es el apelativo cariñoso con el que, en esta familia, nos referimos a la escritora Concha Espina. Mi bisabuela.
Dejar un comentario