De niños, en el colegio, aprendemos muchas materias interesantes que luego nos han de servir a lo largo de nuestra vida de utilidad. Lo normal es que algunas asignaturas nos gusten más que otras y que por ello, pongamos más atención a algunas explicaciones que a otras. Se suele decir que, las niñas ponen más atención en las asignaturas de “sociales”, como se llama ahora a la literatura, la historia o el arte, y que los niños, prefieren las “naturales”, es decir, las ciencias, la física, la química o las matemáticas.
Dejando de lado el asunto de la “diferencia intelectual” de los sexos, que me parece una estupidez sobrevenida para justificar lo injustificable, yo creo que no es cierto que se ponga una atención distinta. Directamente, los niños no ponen atención alguna. En todo caso, siguen alguna lección perdida porque les guste más el tema del día o porque tengan más o menos curiosidad en una materia determinada: ponen mil veces más oídos a cualquier asunto relacionado con la sexualidad –humana o animal- que al candente tema del giroscopio o la aleación de los metales.
Entre las materias que menos atraen a los niños y a las niñas, indudablemente, están las matemáticas. Entre lo poco salerosas que son, la poca “paja” que admiten a la hora de desarrollar un problema en un examen y la aridez de las líneas rectas y los ángulos, gozan de muy pocas simpatías entre el respetable. Además, pocos profesores consiguen “envolverlas” de manera, que al menos, no asusten antes de tener que enfrentarse a ellas.
Y esa poca atención que ponemos de niños hace que cuando se consiguen aprobar, sea por los pelos y sin haber ahondado en sus muchas posibilidades y misterios. Y eso lo arrastraremos toda la vida. Esa poca “profundidad” será para siempre una tara en nuestro desarrollo intelectual.
No lo digo a la ligera. Las matemáticas son la base para entender el mundo en que nos movemos: la naturaleza y sus formas son matemáticas, el pensamiento es matemático, la lógica es matemática. Y como la gran mayoría se ha quedado anclada en la simple suma y, como mucho, sabe hallar un área o calcular malamente un porcentaje, no está capacitada para entender las estructuras y las formas que nos rodean.
Esta atrofia matemática es la base que me ayuda a explicar algunos comportamientos que me chocan y no puedo entender. Por ejemplo: ¿qué sabemos acerca de volúmenes y planos? ¿Sabemos lo que es cada cosa con claridad? En concreto, ¿sabemos diferenciar a simple vista un objeto plano de uno voluminoso –que no grueso-?
Todos dirían que sí, claro, eso es muy simple. Bueno, pues yo no tengo tan claro que así sea. Y para demostrarlo, vamos a cambiar el enunciado de la pregunta que nos acabamos de hacer poniendo en el lugar de “objeto” un sustantivo que nos acerque a la realidad de cada día: una nevera.
¿Sabemos diferenciar a simple vista si la nevera es plana o tiene volumen, -no, si es grande o pequeña-?
¡Está “chupao”! Contestaría mi hijo y cualquier otro hijo al que se le hiciera la misma pregunta. ¿Estás tonta o te falta un tornillo?, preguntaría tu marido si le incluyes en la prueba. Y el niño te dirá que no es plana y tu marido te mirará de reojillo, temiéndose lo peor. Bueno, pues aunque sea cierto que la nevera tiene volumen y que ellos lo sepan con tanta contundencia, la verdad, por encima de todo es que creen que es plana.
Si. Para ellos es tan plana como una bandeja. Y para demostrarlo, no hay más que hacer una sencilla comprobación: si les pides, con cierta distancia entre petición y petición, que guarden en la nevera, sucesivamente, la leche, la mantequilla, un bote de mermelada, una docena de huevos, una lechuga, una caja de plástico con arroz blanco o una fiambrera y luego te asomas a ver cómo lo han hecho, te darás cuenta, de que lo han colocado allí adentro como si la nevera no tuviera volumen suficiente para guardarlo: estará todo apiladito, apretadito y mal sujeto en la parte más externa de los estantes.
“Sus” neveras no tienen fondo. Son absolutamente incapaces de utilizar esa parte de atrás, ese volumen del aparato, para colocar las cosas en orden. En “sus” neveras no hay espacio, sólo una estrecha franja en donde malamente se pueden guardar tantas cosas sin peligro de que se caigan.
Es decir, si las matemáticas hubieran calado en sus cerebros, sabrían que tienen a su disposición un espacio alto y ancho, además de largo, donde almacenar con facilidad lo que llevan en las manos. Pero su ignorancia es tal, que cuando abren la puerta del electrodoméstico, se piensan que están ante una bandeja, donde realmente, sí que es difícil guardar tanta cosa.
Porque lo que yo no podría creerme, sin esta explicación, es que mis hijos, mi marido, los hijos de los demás o los maridos ajenos son tontos del bote o lo hacen a mala idea, para que sea siempre a mí a la que se le estalle la botella de leche al abrir la puerta de la nevera.
¡Ni está chupao, ni estoy tonta, ni me falta un tornillo!
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