Fuerteventura suena a lejanía, a destierro, a aridez. Ha sido siempre una isla con poca fama, aunque en el conjunto de las islas soñadas y paradisíacas, Canarias no tenga mal cartel. Si nos atenemos a lo que decían algunas enciclopedias –por ejemplo el “Diccionario Enciclopédico abreviado, editado por Espasa Calpe en 1954, que no es cosa para tomarse a broma-, Fuerteventura es “tan poco variada en su territorio como en sus costas, y sólo se levantan en ella algunos serrijones[1] que no obedecen a sistema alguno orográfico”, cosa que parece dar razón a la percepción que, de aridez o destierro tienen muchas personas. Si, además, “las comunicaciones son muy deficientes y el vehículo más común es el dromedario”, lo de “lejanía” se queda corto. Casi podríamos pensar que hablamos de otra galaxia.
No estamos en 1954 y el progreso, y sobre todo, el turismo, le han cambiado la piel a la isla, aunque algo de todo aquello le queda aun en algunas arrugas. Y eso es lo que yo salí a buscar….
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