Antes había muchas más monjas que ahora. Estaban en todas partes y participaban de la vida diaria desde muchos puestos de trabajo: eran profesoras, enfermeras, atendían las sacristías, cuidaban familiares enfermos, se iban a las misiones a cuidar “negritos” o vivían sus vidas en monasterios y a todos nos parecía normal. Ser monja era una profesión muy honrosa, que además estaba teñida del manto de lo milagroso, lo santo, lo heroico y lo místico.
Hoy hay muchas menos. Dicen que se han acabado las vocaciones. Porque la inspiración divina era la manera de explicar la vida de estas mujeres. Ahora que “lo divino” no ocupa las portadas ni los grandes titulares de nuestro “diario”, y sólo es una manera de expresar lo mucho que te gusta un traje de noche o un restaurante de moda,hay que hacer filigranas para explicar la decisión de una mujer de hacerse monja .
Porque la gran mayoría de las monjas de hoy ya no son esas beatonas que se echaban las manos a la cabeza al oír un taco; que amenazaban con maldiciones bíblicas a sus alumnas o que daban pellizcos en los antebrazos cuando tenían que regañarte por cualquier pamplina que les parecía “pecado mortal”. Aunque siempre fueron buenas negociantas y sacaban el capitalillo de los sitios más variados, ahora muchas monjas “curran” sin cobrar en los pocos hospitales que les quedan para mantener sus casas en África o en Filipinas o se van allí ellas mismas en condiciones tremendas a intentar paliar con su poco equipaje los grandes males endémicos de las poblaciones más pobres.
¡Hombre! Habrá de todo. Claro. Siempre. Pero las cosas van cambiando y se va notando. Un detalle. ¿Cómo pasaban las monjas de antes la Nochevieja? No tenemos muchos detalles pero casi con seguridad que muchos contestaremos que rezando o participando en alguna ceremonia religiosa propia de la fecha, en la capilla, reunido el claustro,…
Yo se lo pregunté a una pareja de monjas -de clausura- que habían salido de su convento para ir a una consulta médica porque, no por ser monjas, ni por ser Navidad, se libra nadie de ponerse malo.
Y con sonrisita pillina, esto fue lo que contó una de las dos.
-Nosotras el año pasado lo celebramos disfrazándonos.
-¿Cómo en carnaval, madre?
-Si, hija. Igual. Nosotras sólo somos ocho hermanas en la Comunidad, de manera que nos tenemos que entretener las unas a las otras.
-¿Y qué hicieron para entretenerse?, pregunté curiosa, teniendo en cuenta que la monja con la que hablaba tenía casi 90 años y no era la mayor, aunque sí la Superiora del Convento.
-Pues yo me disfracé del Príncipe Carlos de Inglaterra y la hermana Vintila lo hizo de Lady Di. Hicimos un teatro y representamos el divorcio y las peleas del matrimonio. Y ¡no sabes lo que nos reímos y lo bien que lo pasamos! Nos dolía todo de tantas carcajadas. Fue muy divertido. ¡Ya veremos, ya, qué hacemos este año!
No pude ni hablar. ¿Es o no es vocación?