DE MISA


Hija, ¿me acompañas a misa?

Yo no soy de misas, pero me lo pide mi madre esperando el si y, al fin y al cabo, es verano, estamos de vacaciones, no es cuestión de dejar que vaya sola y además, ¡siempre habrá en la iglesia algo con lo que ocupar mi natural inclinación a la curiosidad!
-Bueno, ¿dónde vamos? No será aquí. Siempre protestas de lo pesado y regañón que es el párroco.
-No, voy a Mazcuerras. Es una misa por los muertos familiares.
-¡Uy, qué yuyu! ¡Menos mal que tu no creías en eso!
-Me voy haciendo mayor, hija y me sale la beatería de las monjas que me educaron de alguna parte del hígado.
-Será eso.

Ontoria y Mazcuerras están una frente a la otra separadas por el Saja. Hay que salir a la carretera general y cruzarlo por el puente frente al Santuario de Virgen de la Peña. Luego, dejando a la izquierda la carretera de Íbio, se coge la que une Virgen con Mazcuerras y Cos y sale a la Hoz de Santa Lucía, de nuevo en un puente que cruza el río.
Aparcamos en la misma puerta de la iglesia muy mal situada justo en una curva y sin apenas acera o terreno delante.

-¡Un poco más y entramos en coche hasta dentro!
-Aquí aparca así todo el mundo, hija. No pasa nada.
“Todo el mundo” resultan ser un puñadito de personas. Quitando a una familia con cuatro hijos pequeños y un chico joven que está en la primera fila, el resto parecen mujerucas del pueblo de mediana edad o de edad indefinida, que es la que va desde los 35 a los 70 para que cada cual pueda ponerse la que mejor le parezca.

Ya ha comenzado la misa, supongo, porque el cura está hablando. Pongo atención para ver si hemos llegado muy tarde o acaba de empezar. Juraría haber oído que Don Gabriel es muy puntual y que “despacha” la misa en veinte minutos. Sentado en el lado del evangelio, el cura emite un sonido monótono, sin apenas altos ni bajos y similar a una letanía, que contestan las mujeres de igual forma y manera, aunque a ellas consigo entenderlas mejor.
-SSantaMaríamadredeDios…
-DiostesalveMariallenaeresdegracia…
Están rezando el rosario. ¿Cuánto hace que no oía rezar un rosario? ¿Pero lo he oído alguna vez? Sé lo que es un rosario, sé como se reza, sé qué se reza, sé que lo rezan las mujeres en mi pueblo algunas tardes, sé muchas cosas sobre el rosario, incluso que en alemán se dice Rosenkranz, ¡pero es la primera vez que lo oigo rezar en mi vida! Es la primera vez que entro en
una iglesia y me quedo sentada a esperar que lo acaben.

-Madrecastísima, Madreinmaculada…- continúa don Gabriel con su voz monocorde, sin apenas abrir los labios y sin expresión alguna en la cara. Parece haberse quedado parado en el tiempo y en el espacio.
-Ruega por nosotros Santa Madre de Dios….,-contestan las feligresas, subiendo un poco el tono, pero tan paradas en otro mundo o en otro estado como don Gabriel.
¿Tendrá el rosario un efecto hipnótico? Pues, seguro que si. El sonido siempre igual, las palabras repetidas hasta la saciedad sin ser pensadas, ni vividas, ni analizadas y la paralización, como de estatuas tocadas por un rayo misterioso, hacen que el murmullo sirva de péndulo hipnótico. Caen todos en un letargo y son presas de las palabras del oficiante. Haría con todas estas mujeres lo que quisiera. Las tiene en su mano, cautivas de mente y espíritu. ¡Veinte siglos de historia de la iglesia resumidas en un rosario escuchado por primera vez en la iglesia de Mazcuerras un verano del siglo XXI! ¡Y yo quería perdérmelo!

Después del amén final empieza la misa. Todo seguido. Son las doce en punto y hay muchas parroquias con una docena de mujeres en cada una de ellas a las que atender espiritualmente. Y ya casi no hay curas. Faltan vocaciones. No me extraña un pelo. Con lo que va aprendiendo el hombre moderno no es fácil entrar en un seminario. Tampoco en una iglesia.
El tono se ha aligerado un poco y las mujerucas fuera del trance ya, contestan con voz cantarina a los requerimientos del cura. El ambiente ha dejado de ser espeso.

En la pared de detrás del altar no hay retablo. Deben de haberlo quitado por viejo o robado por rico. En su lugar alguien ha pintado todo el gran lienzo. Fondo azul celeste. Un Cristo crucificado en el centro, la Virgen y los santos alrededor y arriba, en un cielo lleno de ángeles rubitos y con alas, espera Dios Padre.
Me llama la atención lo vivo de los colores antes que la forma de las figuras y en cuanto me fijo más comprendo por qué. ¡Creo que el pintor ha hecho una recreación de la obra del Greco!
No le pongo nombre al Cristo crucificado, no recuerdo cuadro alguno del Greco con una figura central similar a la que está pintada allí, aunque la colocación de los personajes principales sea igual a la de la “Crucifixión” del Museo del Prado. Este Cristo de Mazcuerras tiene la barba mucho más larga y está mucho más escuálido. Pero sí, hay otras muchas figuras que son copia, un tanto sui generis, de otras del famoso pintor.
La Virgen a los pies de la cruz está envuelta en un manto rosa y azul y tiene la misma expresión que la “Inmaculada Concepción” con los ojos mirando hacia arriba. O el mismo color cetrino, e iluminado desde abajo, de la Virgen de la “Adoración de los pastores”, en rosa y azul. O la de la “Coronación”, que también mira al cielo y está envuelta en los dos colores de siempre. Incluso a la Virgen de la “Sagrada Familia con Santa Ana” o la de “Pentecostés”, que mira arrebolada a la paloma sobre sus cabezas. También me recuerda a la “Verónica”, pero no en azul y oro. En rosa y azul.
A la derecha de la cruz una figura de túnica amarilla y azul eléctrico es similar a uno de los apóstoles, creo que a Santiago el Menor. Ese contraste de colores, lo vivos que son, en túnicas que parecen de papel de seda o de tafetanes tiesos haciendo pliegues enormes, remarcados con el blanco estratégicamente colocado, son del Greco. Algunos santos que están alrededor de las figuras centrales podían ser San Pedro con su capa color mostaza y un pico de túnica azul asomando por el hombro derecho; o San Andrés, de verde casi fluorescente; o San Juan con su túnica color carmín.
Los ángeles que esperan en el cielo, sin cuerpo, pero con alas y la cabeza llena de tirabuzones y rizos rubios, son los niños Jesús en brazos de su madre de cualquiera de los mil cuadros en los que el Greco representó a la Virgen y al Niño y están dispuestos en cascadas y semicírculos parecidos a los de las “Anunciaciones”, los “Bautismos”, las “Inmaculadas” o el propio “Entierro del Conde de Orgaz”.
¡El entierro! La verdad es que el cuadro tiene un aire al famoso cuadro de Santo Tomé. Busco a San Francisco, al fraile. Es una figura que conozco muy bien. Mi padre posó vestido de túnica para una recreación de esta obra. Y sí, allí está. No está de lado, ni tiene los ojos bajos, pero es un típico San Francisco con su hábito, su capucha y su cintura ceñida con un cordel de nudos; abajo a la derecha.

Me da la risa.
-¡Niña! ¡Calla, por Dios!…. ¡Te va a dar por reír ahora que acaban de decir que la misa es por nuestra familia!
-Es que miraba las figuras y pensaba…
-Si, algunas las han donado tus tías.
-No, mamá, me refiero…..
-¿Te sabes la historia, no? Pues no. No sé qué historia es esa de las figuras que han donado mis tías, pero no me deja explicar que no me refiero a las imágenes, que también hay repartidas por el recinto, sino a las que están pintadas en el “fresco” que sustituye al retablo. Me esperaré a  que acabe la misa para enterarme. No es momento: el cura entona el “santo, santo, santo” y las voces de las mujeres de la fila de atrás entran a coro elevando su cántico al cielo y poniendo toda la pasión necesaria en cada nota para que parezca que allí está reunido el “Orfeón Donostiarra”. Transfiguradas.
Antes de acabar, don Gabriel, como si de una oración se tratara, pide a las mujeres su colaboración para limpiar y preparar la capilla de San Roque, fiesta que se celebra dentro de una semana. Ni mueve la boca para hablar, ni cambia de tono para dirigirse a la feligresía. Está habituado a las letanías.
A la salida, protestan. Yo suponía que saldrían reconfortadas todas, pero lo hacen quejándose de lo mucho que les hace trabajar don Gabriel. Se forma un corrillo a la puerta de la iglesia. Todas comentan los “mandaos” del cura y se reparten la faena.
-¡Se pasa el día pidiendo!
-¡Le ha hecho la boca un fraile!

Mi madre se ha quedado dentro para agradecer y pagar la misa. Aprovecho y me despido con la disculpa de ir en su busca. Quiero entrar de nuevo y ver las imágenes de la iglesia. Hay una “Dolorosa” en un altar de la nave central y una “Inmaculada Concepción” en el transverso.
-¿Qué es eso de las imágenes de las tías? Yo no me sé ese cuento, -le pregunto cuando sale de la sacristía.
Me coge del brazo y me lleva ante la “Dolorosa”.
-Esta, aunque lo parece, no es una “Dolorosa” de verdad. Era una “santa algo” que tenía tu tía Carmen en casa y que donó a la parroquia porque necesitaban una “Dolorosa” y no había fondos para comprar imágenes.
-Una santa qué, porque así con la toca negra y asomando sólo la nariz….
-Una santa Procopia
-¿Procopia?
-O Proserpina
-¿Proserpina? Ese es nombre de embalse. ¿Estás segura?
-Pues será Santa Prostituta.
-¡Mamá! ¿Cómo va a ser Santa Prostituta? ¿Tú te das cuenta de lo que estás diciendo? ¡Que te cargas las bases de un plumazo: santa y prostituta! Bastante tuvieron con elevar a María Magdalena a la categoría de persona…
-¡Ay, hija! Ya sabes tú que yo con los nombres no doy una y los confundo todos. -Si, pero una cosa es una cosa y otra, santa prostituta. En fin, ya averiguaremos qué santa donó su cuerpo a la parroquia para ser investida con la gloria del hábito negro. Por una buena obra, ¡cualquier cosa! ¿Y qué más?
Nos acercamos riéndonos a la “Inmaculada Concepción”.
-¿Esta tampoco es lo que debiera ser? Mira que de Santa Prostituta a la “Inmaculada Concepción” hay algo más que una diferencia de nombres.
-No, no. Ésta fue siempre una “Inmaculada”. La donó tu tía Josefina…
-¡Ufff, menos mal! Se estaba poniendo la historia un poco rechuflona.
-Si, pues calla que esto no acaba aquí.
-¿Noooo?
-No. A esta pobre Virgen, como estaba poco lucida y algo viejuca, para que tuviera buen aspecto cuando la colocaran aquí, le pusieron un vestido de noche que tenían tus tías en casa…
-¡Y sería de Christian Dior! ¿O era Chanel?
-No sé qué sería, pero estaba muy guapa y elegante y cumplió su función.
-¡Eso, desde luego! Seguro que no hay en toda la provincia Virgen mejor vestida. A ver de cuantas se puede decir que lleven trajes de noche de alta costura. ¡Y sería mucho más bonito que el que lleva ahora!
-¡Hombre! ¡Dónde va a parar! Ni comparación. Este trapillo azul de forro de falda con ribetito de “gogrén” dorado es la mar de pobretón al lado del otro.

Mondadas de la risa salimos de la iglesia. ¡Qué cosas donaban las tías! Y qué contentas están todas las feligresas con su Santa Prostituta vestida de negro y su Inmaculada de Dior.
-Pues creo que todavía hay una más.
-¿Una Barbie vestida de San Gabriel?
-No. ¡Un “San Maximino” vestido de San Roque! En cuanto lleguemos a casa le pregunto a la tía Carmen. Y no te rías, que no es broma.
-Anda vamos a casa, que entre El Greco, Don Gabriel, el rosario y Santa Prostituta, más que venir a misa he venido a un parque temático.

Por la noche llamamos a la tía Carmen para preguntarle por San Maximino y su trabajo de suplente.
-Si, hijuca, si. Las figuras salieron de esta casa, pero de santos, nada de nada. Eran dos figuras de madera que teníamos en el desván de casa y a las que pusimos el nombre de Maximino y Melania. De niños nos daban un miedo espantoso y lo pasábamos fatal cuando nuestros padres nos castigaban y nos encerraban en el desván. ¡Había que vérselas toda la tarde con la pareja que reposaba de pie contra una pared! Tu tío Gonzalo lloraba y berreaba como un berraco cuando le mandaban escaleras arriba a hacerles compañía toda la tarde.
-¿Qué no eran figuras de santos? ¿Y entonces?
-No, no, de santos no tenían ni un pelo. Eran dos maniquíes de madera, con cuerpo y todo, que no es trapo lo que esconden la toca y la túnica. Y nos vinieron de perlas cuando se arregló la iglesia. Todos teníamos que participar con lo que pudiéramos y nosotros no podíamos negarnos.
Pero en casa no había dinero para nada y menos para santos, que costaban por aquel entonces, un riñón. Y se nos ocurrió, que Melania, que tenía un gestito de dolor podía hacer a la perfección las veces de “Dolorosa”. Maximino, hombre al fin y al cabo, valía para encarnar a cualquier santo
varón y lo que necesitábamos era un “San Roque” para la capilla. Ya sabes, hija, la veneración por él que tenemos en el Valle. Así que le vestimos del santo y allí sigue, tan bien, cumpliendo con mucha dignidad su misión apostólica.
-¡Pues tal y como sois todos en casa, me imagino las cuchufletas con este asunto!
-¡Ay, si! Cada vez que íbamos, de niños, a la iglesia y veíamos a las mujeres y al cura y a todo el que pasaba por delante santiguarse ante los monigotes de casa, nos daba un ataque de risa. Y ya ni te cuento, lo de ponerles velas y rezar… ¡con el miedo que les habíamos tenido! Era tremendo.
-¡De monigotes a santos! ¡Vaya cuento tan increíble el de Maximino y Melania! ¡Y vaya nombres para nuestro “San” Maximino y nuestra “Santa Prostituta”!
-No tanto, sobrina, no tanto: ¡cómo la de “Lo que el viento se llevó”!
Cierto, si. Nunca mejor dicho.

el Saja