¡La vida! Lo más normal es que hablemos de la Vida, con mayúsculas, como una sucesión de hechos trascendentales, de grandes decisiones, de etapas de vital importancia. Y, sin embargo, yo siempre he creído que la vida se escribe con minúsculas y está hecha de muchos detalles pequeños. De minutos de alegría, de segundos de pena, de “a poquitos”. Para mí, está cosida con retalitos diminutos con carga retardada. Está hecha de “cosas que pasan”.
Desde que sacamos los pies de la cama cada mañana nos vamos enfrentando a ellas. Porque, además, no avisan. Esperan agazapadas para tantearte, para medirte, para provocarte. Y en la reacción llevaremos la penitencia. ¿Qué puede ser una de esas cosas que pasan?
Vamos a suponer, que una se levanta un día cualquiera. De mal humor, porque es lunes y las sábanas se nos han pegado y ya vamos a la carrera. Levantamos a los hijos, azuzamos al marido para que se meta en la ducha. Mientras, preparamos el desayuno, recogemos con una mano la ropa para la lavadora, y con la otra nos cepillamos los dientes. Vamos a imaginar que felizmente salimos de casa con el tiempo más o menos justo, pero en hora. Llevamos al abrigo, el bolso, la cartera para el trabajo. En el último minuto agarramos al vuelo un pañuelo para el inminente constipado, que aunque es del marido y es azul, más vale eso que nada. Y vamos a suponer también, que somos periodistas y nuestra misión esa mañana es entrevistar al Ministro de Economía, por una cuestión de subvenciones y ayudas a la mujer trabajadora, que existe sobre el papel y no en la práctica. Allí iremos, bloc en mano, a tratar de sonsacarle “la exclusiva” para que nuestro director nos dé una palmadita en el hombro. Y vamos a suponer también que, cuando está el asunto candente y parece que el ministro va cayendo en la red que estamos tejiendo a base de preguntas y suposiciones, sentimos que el constipado nos va a jugar una mala pasada, porque una gotilla de líquido nasal empieza a hacernos cosquillas en su camino hacia el orificio nasal. ¡Y sin pañuelo! Suele ser el primer pensamiento porque por experiencia sabemos que lo habitual es olvidarnos de coger un paquete de Kleenex para el bolso. Pero no. Esta vez nos hemos acordado y, en plan triunfador, sacamos el pañuelo azul del marido que cazamos al vuelo al salir por la puerta de casa y lo aplicamos a la nariz. Y ¡oh, cosas que pasan! Resulta ser un calcetín.
Y eso, que hemos salido de casa sin problemas. Porque, ¿y si ahora suponemos que no ha sido así? Vamos a imaginar, que hemos salido despendoladas y que no encontramos las llaves de la casa para cerrar. Vuelta para adentro. Nos ponemos a buscar en todas partes, incluidos el horno de toda la vida, el microondas y la nevera. Nos pegamos con el sofá del salón, tiramos los almohadones al suelo por si se hubieran colado en “la rajita tragadetodo”. Buscamos en el dormitorio desesperadamente, deshaciendo la cama estirada al fin y al cabo, pero aparente. Hasta miramos en el baño, donde con las prisas, al correr la cortina de la ducha, se nos cae la barra en la cabeza. Agotadas, exhaustas y doloridas decidimos llamar a algún familiar que tenga copia. Como cabe imaginar, no encontramos a nadie en su casa y …. ¡los móviles sin cobertura! Dada la hora, y ya convencidas de que no vamos a llegar a la oficina a tiempo de entrar con dignidad en la reunión prevista, decidimos ir a hablar con el portero para pedirle que avise al cerrajero para que venga a última hora de la tarde y cambie la cerradura. Resignadas salimos de casa, agarramos el pomo de la puerta y ¡oh, por esas cosas que pasan! Las puñeteras llaves están metidas en la cerradurita.
Y nada como llegar al portal y ver en lontananza el autobús ese que tarda siempre una eternidad en volver a pasar. Raro será que no salgamos corriendo a intentar pillarlo, porque ya se sabe cómo se las gastan los conductores: ¡les encanta darte con la puerta en las narices! Y cuando ya alcanzamos jadeando la parada sentimos una especie de “click” a la altura del ombligo y notamos que ¡oh, cosas que pasan!, se ha roto la goma del “viso” o combinación y de repente la tenemos a nuestros pies ante la atónita mirada de la piadosa vecina del 5º o la retahíla de hijos del portero.
Eso, si vamos en autobús, Aunque las hay más señoritas: tienen el coche a la puerta. Calentitas a trabajar. Se siente una de otra manera cuando aparcas el flamante vehículo delante de las narices de la odiosa novatilla sabihonda que acaba de llegar a la empresa dispuesta a comerse al jefe. Lo malo llega cuando, al tirar del freno de mano mirando al frente, en plan “Carlos Sainz” para que suene y ella rabie al verte, tiras sin querer, ¡oh, cosas que pasan!, de la palanca que echa el asiento hacia atrás y te pierdes en las profundidades del coche totalmente desmelenada.
Pues supongamos ahora, que ese mismo día, por poner uno cualquiera, estás en la oficina hasta las narices de aguantar tonterías de novatas aceleradas, jefes con ínfulas o compañeros paternalistas y decides salir al pasillo a estirar las piernas, contar hasta mil y tratar de descargar adrenalina antes de cometer un “oficinicidio”. Y se te ocurre que para ello, lo mejor es ensayar unos pasos de baile, dar unos brinquitos y canturrear al supuesto ritmo. Y que en ello estás cuando, ¡oh, cosas que pasan! te encuentras de frente con el “director-presidente-general-mandaporencima” de todos, que se queda “pasmado” ante tu figura descuajeringada del todo.
Bueno, pues lo peor de todo es huir al baño, porque con el atolondramiento que uno lleva encima tras el mal trago y las estúpidas explicaciones que se acaban dando, es muy probable que uno se equivoque y se meta en el lavabo de caballeros y ¡oh, cosas que pasan! se dé de narices con un mando subalterno, que, espantadito, trate de abrocharse la bragueta a toda velocidad, se pille los dedos en el intento y encima le cuente al resto de la plantilla, que eres una marrana “atacalavabos”.
Estas son “las cosas que pasan” y de la que están hechas nuestras vidas. ¿Cuántas más hay? Infinitas. Vivir es ir salvándolas con el mejor humor posible. Cuando llegan las grandes decisiones, la mayoría de las veces ni nos enteramos y cuando nos queremos dar cuenta, las hemos tomado sin pena ni gloria, y muchas veces ni las recordamos. Sin embargo, nunca olvidamos aquella situación más que embarazosa en la que nos puso una de estas “cositas”. ¡Seguro!