Fuerteventura suena a lejanía

(Para Lidia Hierro)

Fuerteventura suena a lejanía, a destierro, a aridez. Ha sido siempre una isla con poca fama, aunque en el conjunto de las islas soñadas y paradisíacas, Canarias no tenga mal cartel. Si nos atenemos a lo que decían algunas enciclopedias –por ejemplo el “Diccionario Enciclopédico abreviado, editado por Espasa Calpe en 1954, que no es cosa para tomarse a broma-, Fuerteventura es “tan poco variada en su territorio como en sus costas, y sólo se levantan en ella algunos serrijones[1] que no obedecen a sistema alguno orográfico”, cosa que parece dar razón a la percepción que, de aridez o destierro tienen muchas personas. Si, además, “las comunicaciones son muy deficientes y el vehículo más común es el dromedario”, lo de “lejanía” se queda corto. Casi podríamos pensar que hablamos de otra galaxia.

No estamos en 1954 y el progreso, y sobre todo, el turismo, le han cambiado la piel a la isla, aunque algo de todo aquello le queda aun en algunas arrugas. Y eso es lo que yo salí a buscar….

FUERTEVENTURA


[1] Serrijón: sierra o cordillera de montes de poca extensión

Galería de fotos:

Mis Muertitos

El de la muerte es un asunto muy serio que no se debería tratar con ligereza. Eso para empezar. Bien, pero yo estoy segura de que para poderlo sobrellevar, para hacer más soportable algunas muertes cercanas “una mano misteriosa”, cada uno la llame como le dé la gana, nos “sazona” lo inevitable con algún tipo de alivio. Es una teoría, claro, y he tardado algunos años en desarrollarla, evidentemente a base de constatar los hechos. Pero, si tras este relato alguno aún lo duda, que me demuestre lo contrario.

La primera vez que me enfrenté con la muerte …

2. MIS MUERTITOS

 

El Embarcadero

No sé qué es más importante: la isla o el embarcadero. Sentada en la terraza mirando a izquierda y a derecha medito en la crónica de hoy. Ya he decidido hace horas que “toca” Águilas. Poco a poco iremos conociendo a algunos de los personajes que dan vida a esta comedia de verano. Ya nos hemos situado en el plano y aunque hemos visto el escenario, nos falta el decorado. Y él será el protagonista de hoy. Dijo el escritor Asensio Sáez en sus papelillos literarios, que “el riesgo del Hornillo es que una mañana, al despertar, te encuentres con que la Isla del Fraile y el Embarcadero, se lo han llevado los tramoyistas:”

Después de darle un par de vueltas a las dos posibilidades, creo que el elegido es el embarcadero. Las maravillas de la naturaleza siempre son más ….

2. EL EMBARCADERO

Fiesta de disfraces en la Playa del Hornillo, julio 1969

Fiesta de disfraces en la playa del Hornillo, verano de 1969

Despidiendo un barco en la Bahía del Hornillo, Aguilas, verano 67

Despidiéndonos de un barco que partía rumbo al norte

Almagro y Cuenca

ALMAGRO Y CUENCA

¿Qué tienen que ver Almagro y Cuenca? En realidad, bien poco, pero por una de esas casualidades que acaban mejor que si lo planeases,  un fin de semana las  hermanamos sin querer y salió redondo. Unos veníamos de Almagro y otros de Murcia y buscando un punto cercano un sábado por la tarde Almagro y Murcia se dieron el beso en Cuenca y nos reunimos todos en el Parador de Cuenca.

Pero, en realidad no tienen nada que ver las dos ciudades. Por lo menos, eso creo yo….

ALMAGRO Y CUENCA

AgujasMurallasCastillo de CalatravaCampos de BatallaLa Gran Cisterna de la ManchaNoriaEncajes de bolillosBolilleraPlaza de AlmagroIMGP0087

Pequeños misterios caseros

La naturaleza está llena de grandes y pequeños  misterios, que los científicos de unas y otras especialidades se esfuerzan por descubrir y analizar para que el resto de los mortales podamos comprenderlos.

Se habla del misterio de la vida y un sesudo sabio nos explica minuciosamente como aquello, que empezó siendo una culebrilla móvil chocando contra una cosa redonda y latente, acaba convertido en bebé sonrosado y llorón. Dicen que en Marte pudo haber vida y los hombres de ciencia americanos ponen un artefacto sobre su superficie y, además de intentar explicarnos cómo lo han hecho, nos enteramos, de paso, que no hay misteriosos seres marcianos que nos espían, sino rocas.

Claro que estos son grandes misterios de la naturaleza en los que merece la pena pensar, invertir y trabajar para desentrañarlos. En ello nos va la vida. Es muy necesario que sepamos como es que la raza humana consiguió de la sopa vital primera evolucionar al avanzado modelo actual.

Sin embargo, hay otros muchos procesos más misteriosos que suceden todos los días y que deben ser imposibles de descifrar, cuando una gran mayoría de la humanidad los desconoce.

Son los misterios caseros.

Un misterio casero de capital dificultad para todos los miembros de la unidad, salvo, generalmente, uno y el mismo, es la reproducción por generación espontánea del rollo de papel higiénico en su soporte. ¿Alguno sabe como sucede? ¿Cómo es posible, que aún cuando somos conscientes de que se ha acabado unos mil millones de veces -la última no fue a mí- siempre ha reaparecido nuevecito y rollizo en su sitio, sin que nadie se hubiera tomado la molestia o el trabajo de quitar del soporte el ya escuálido tubo de cartón?

¿Y el misterioso camino que sigue una camisa sucia desde el suelo del cuarto de baño a la percha del armario? Si preguntas, la última vez que la vieron era un trapo mojado y pringoso al lado del bidet cuando sirvió para recoger alguna inundación imprevista. Sin embargo, si vas al armario ahora, allí está. Reaparece espléndida, limpia, planchada y colgada en su percha como por arte de magia.

Pues no es nada comparado con esos procesos osmóticos que sigue la pastilla de kilo de mantequilla para pasar del paquete a la mantequera de loza, en la que no caben más allá de 150 gramos. Dentro de la nevera, en la oscuridad y con el dulce ronroneo de su motor, el paquete disminuye periódicamente, adelgazando poco a poco mientras la mantequera luce siempre su pedacito preparado para alegrar la tostada del desayuno. ¿Será una relación amorosa cuyas constantes vitales están más allá del conocimiento humano?

El misterio rodea también al emparejamiento de los calcetines. Se sabe muy poco sobre las costumbres del apareamiento de la especie calcetín en cualquiera de sus versiones: negra de caballero, de rombos joven o de colores de niño. En cualquier caso se estudia con ahínco en la Universidad de Peryland, pues a pesar del desconocimiento absoluto del proceso, lo que sí se sabe es que está ligado al asco que produce el desagradable olor que emanan los calcetines unas horas antes del apareamiento, cuando pasan del estado “pedil” al de “invasores” del cesto de la ropa sucia, en su camino hacia la lavadora.

Al acabar este proceso “higienizador”, comenzaría la búsqueda de pareja, pero al haber perdido su hedor natural, dejan de interesarse los unos por los otros y se hace necesaria la intervención de algún factor, extraño y desconocido, por lo visto, para la gran masa. Actuaría de aglutinador y sería el responsable de encontrar pareja, finalmente, para cada especie, que así podría volver en pareja a su sitio en el correspondiente cajón.

Es muy interesante, también, estudiar a fondo los procesos fagocitadores del cubo de la basura. Hay un primer estadío, aún por aclarar del todo, pero ya en avanzado desarrollo, que es el recubrimiento espontáneo de las paredes de dicho cubo con una fina lámina de plástico poco flexible – se investigan posibles soluciones- llamada “bolsa de la basura”. En principio, este recubrimiento era de papel de periódico pero parece que ha evolucionado en los últimos años, lenta, pero inexorablemente, hacia el plástico. Aunque existen algunos lugares donde aún es posible observar este fenómeno antiguo. El recubrimiento espontáneo arriba mencionado parece ser que no es natural, ni generado fisiológicamente por el cubo y ese es el punto primero que aún está por aclarar. Posteriormente, una vez se ha llenado dicha bolsa o saco con la basura suficiente, -normalmente más de la que cabe y por tanto con serio riesgo de desbordamiento- tiene lugar el proceso de fagocitación, absolutamente desconocido hoy, que suele suceder por la noche y que provoca, no sin cierto malestar, la renovación de la bolsa o saco, que a la mañana siguiente aparece vacía y como nueva. Dispuesta para ser llenada de nuevo.

Otro asunto muy digno de ser analizado a fondo es el del betún y los zapatos. ¿Cómo es posible que un zapato hasta arriba de churretes de barro por la tarde, aparezca brillante e impoluto a la mañana siguiente? Algunos prohombres de la ciencia hablan de una estrecha relación entre un trapo, una bayeta y una misteriosa fuerza limpiadora manual que a altas horas de la noche llevara a cabo un ataque a tres bandas: una primera contra el barro, una segunda untadora de betún y una tercera abrillantadora con bayetas. Pero son sólo teorías y no se ha podido demostrar nada con exactitud. Se insiste pero los prohombres no pueden hacer más de lo que hacen.

Evidentemente, son sólo pequeños ejemplos de misterios caseros sin aclarar por la ciencia. Pero estoy segura que con una pequeña inversión diaria de ironía y elevadas dosis de paciencia, poco a poco los distintos miembros de cada unidad familiar, encabezados por el padre, acabarán conociendo los misterios de esos procesos aún ocultos a sus mentes, pues de todos es sabido que son inteligentes, limpios, serios y estudiosos.

 

Cosas que pasan

¡La vida! Lo más normal es que hablemos de la Vida, con mayúsculas, como una sucesión de hechos trascendentales, de grandes decisiones, de etapas de vital importancia. Y, sin embargo, yo siempre he creído que la vida se escribe con minúsculas y está hecha de muchos detalles pequeños. De minutos de alegría, de segundos de pena, de “a poquitos”. Para mí, está cosida con retalitos diminutos con carga retardada. Está hecha de “cosas que pasan”.

Desde que sacamos los pies de la cama cada mañana nos vamos enfrentando a ellas. Porque, además, no avisan. Esperan agazapadas para tantearte, para medirte, para provocarte. Y en la reacción llevaremos la penitencia. ¿Qué puede ser una de esas cosas que pasan?

Vamos a suponer, que una se levanta un día cualquiera. De mal humor, porque es lunes y las sábanas se nos han pegado y ya vamos a la carrera. Levantamos a los hijos, azuzamos al marido para que se meta en la ducha. Mientras, preparamos el desayuno, recogemos con una mano la ropa para la lavadora, y con la otra nos cepillamos los dientes. Vamos a imaginar que felizmente salimos de casa con el tiempo más o menos justo, pero en hora. Llevamos al abrigo, el bolso, la cartera para el trabajo. En el último minuto agarramos al vuelo un pañuelo para el inminente constipado, que aunque es del marido y es azul, más vale eso que nada. Y vamos a suponer también, que somos periodistas y nuestra misión esa mañana es entrevistar al Ministro de Economía, por una cuestión de subvenciones y ayudas a la mujer trabajadora, que existe sobre el papel y no en la práctica. Allí iremos, bloc en mano, a tratar de sonsacarle “la exclusiva” para que nuestro director nos dé una palmadita en el hombro. Y vamos a suponer también que, cuando está el asunto candente y parece que el ministro va cayendo en la red que estamos tejiendo a base de preguntas y suposiciones, sentimos que el constipado nos va a jugar una mala pasada, porque una gotilla de líquido nasal empieza a hacernos cosquillas en su camino hacia el orificio nasal. ¡Y sin pañuelo! Suele ser el primer pensamiento porque por experiencia sabemos que lo habitual es olvidarnos de coger un paquete de Kleenex para el bolso. Pero no. Esta vez nos hemos acordado y, en plan triunfador, sacamos el pañuelo azul del marido que cazamos al vuelo al salir por la puerta de casa y lo aplicamos a la nariz. Y ¡oh, cosas que pasan! Resulta ser un calcetín.

Y eso, que hemos salido de casa sin problemas. Porque, ¿y si ahora suponemos que no ha sido así? Vamos a imaginar, que hemos salido despendoladas y que no encontramos las llaves de la casa para cerrar. Vuelta para adentro. Nos ponemos a buscar en todas partes, incluidos el horno de toda la vida, el microondas y la nevera. Nos pegamos con el sofá del salón, tiramos los almohadones al suelo por si se hubieran colado en “la rajita tragadetodo”. Buscamos en el dormitorio desesperadamente, deshaciendo la cama estirada al fin y al cabo, pero aparente. Hasta miramos en el baño, donde con las prisas, al correr la cortina de la ducha, se nos cae la barra en la cabeza. Agotadas, exhaustas y doloridas decidimos llamar a algún familiar que tenga copia. Como cabe imaginar, no encontramos a nadie en su casa y …. ¡los móviles sin cobertura! Dada la hora, y ya convencidas de que no vamos a llegar a la oficina a tiempo de entrar con dignidad en la reunión prevista, decidimos ir a hablar con el portero para pedirle que avise al cerrajero para que venga a última hora de la tarde y cambie la cerradura. Resignadas salimos de casa, agarramos el pomo de la puerta y ¡oh, por esas cosas que pasan! Las puñeteras llaves están metidas en la cerradurita.

Y nada como llegar al portal y ver en lontananza el autobús ese que tarda siempre una eternidad en volver a pasar. Raro será que no salgamos corriendo a intentar pillarlo, porque ya se sabe cómo se las gastan los conductores: ¡les encanta darte con la puerta en las narices! Y cuando ya alcanzamos jadeando la parada sentimos una especie de “click” a la altura del ombligo y notamos que ¡oh, cosas que pasan!, se ha roto la goma del “viso” o combinación y de repente la tenemos a nuestros pies ante la atónita mirada de la piadosa vecina del 5º o la retahíla de hijos del portero.

Eso, si vamos en autobús, Aunque las hay más señoritas: tienen el coche a la puerta. Calentitas a trabajar. Se siente una de otra manera cuando aparcas el flamante vehículo delante de las narices de la odiosa novatilla sabihonda que acaba de llegar a la empresa dispuesta a comerse al jefe. Lo malo llega cuando, al tirar del freno de mano mirando al frente, en plan “Carlos Sainz” para que suene y ella rabie al verte, tiras sin querer, ¡oh, cosas que pasan!, de la palanca que echa el asiento hacia atrás y te pierdes en las profundidades del coche totalmente desmelenada.

Pues supongamos ahora, que ese mismo día, por poner uno cualquiera, estás en la oficina hasta las narices de aguantar tonterías de novatas aceleradas, jefes con ínfulas o compañeros paternalistas y decides salir al pasillo a estirar las piernas, contar hasta mil y tratar de descargar adrenalina antes de cometer un “oficinicidio”. Y se te ocurre que para ello, lo mejor es ensayar unos pasos de baile, dar unos brinquitos y canturrear al supuesto ritmo. Y que en ello estás cuando, ¡oh, cosas que pasan! te encuentras de frente con el “director-presidente-general-mandaporencima” de todos, que se queda “pasmado” ante tu figura descuajeringada del todo.

Bueno, pues lo peor de todo es huir al baño, porque con el atolondramiento que uno lleva encima tras el mal trago y las estúpidas explicaciones que se acaban dando, es muy probable que uno se equivoque y se meta en el lavabo de caballeros y ¡oh, cosas que pasan! se dé de narices con un mando subalterno, que, espantadito, trate de abrocharse la bragueta a toda velocidad, se pille los dedos en el intento y encima le cuente al resto de la plantilla, que eres una marrana “atacalavabos”.

Estas son “las cosas que pasan” y de la que están hechas nuestras vidas. ¿Cuántas más hay? Infinitas. Vivir es ir salvándolas con el mejor humor posible. Cuando llegan las grandes decisiones, la mayoría de las veces ni nos enteramos y cuando nos queremos dar cuenta, las hemos tomado sin pena ni gloria, y muchas veces ni las recordamos. Sin embargo, nunca olvidamos aquella situación más que embarazosa en la que nos puso una de estas “cositas”. ¡Seguro!