Estaba yo el otro día dedicada a la rutinaria tarea de planchar, doblar y colocar la ropa cuando, calcetín en mano, me di cuenta de repente de lo mucho que puede llegar a decir un calcetín de la persona que lo utiliza, de su dueño. En casa, en ese momento éramos muchos de familia, así que el “oráculo” era un enorme montón. Fui cogiendo los calcetines uno a uno y, observando la prenda, intenté “descubrir” en ella a la persona. Pero sin comparaciones fáciles: evidentemente los que sólo medían un par de centímetros, tenían que ser del pequeño de la casa. No hay más que uno. Y los de deportes, blancos y con las consabidas rayas, del deportista.
¿Pero y ese grande negro, despeluchado y con tomates y “claros” en la frondosidad del tobillo? Evidentemente de un habitante de esta casa, que es lo que vulgarmente se conoce por un “adán”. ¿Y ese calcetín de color chillón, imposible de catalogar, imposible de que “pegue” con pantalón alguno y ya, ni que decir tiene, que imponible con cualquier “modelo de diseño”? Estaba claro, que era de otra habitante cuyo concepto de la elegancia, la sincronía de los colores y todas esas “paparruchadas” dista mucho del académico. ¿Y esos coquetones de color medido, rombo a juego con rayita, en perfecto estado de revista y compendio de líneas de actualidad? Eran de nuestra coqueta oficial. Y los negros lisos, todos iguales, -pues podía haber entre seis y diez-, tenían que ser del padre de la casa, el de la “chaqueta y la corbata”.
Pase un rato muy agradable mirándole la cara a los calcetines. Y en el colmo de mi felicidad, se me ocurrió, traspasar dicha teoría a la gente con la que trabajo en la oficina. ¡El resultado ha sido fantástico! Todos nos hacemos una idea de cómo son nuestros compañeros y nuestros jefes, pero comprobar lo cerca o lejos, que estamos con nuestras predicciones, ayudándonos con sus calcetines es un placer casi indescriptible.
Te fijas y descubres que el inevitable compañero hortera, vulgar en su forma de trabajar, en las frases y en las formas que utiliza, resulta que lleva unos calcetines impresentables de dibujo pasado de fecha y colores anodinos entre el marrón y el negro, con motita roja o flechita naranja, tan horteras como su propietario.
Y que la secretaria joven, aunque con mentalidad de solterona, que se cree mujer independiente y moderna, ¡lleva pantys de “todo a cien” llenas de bolitas!
El jefe, ya entradito en años, que sin embargo piensa estar viviendo una segunda juventud porque, como no se molesta ni en disimular, ha entablado una “entente cordiale” con una administrativa “modelo trepa”, que quiere llegar a ejecutiva, no sólo se contenta con llevar americana y vaqueros, sino que además se ha comprado unos calcetines de diseño, cuya marca reluce en el tobillo más que el sol.
¿Y ese otro típico “animal de oficina” que lleva la intemerata de años en la empresa, que entró con puñetas y visera, y poco a poco ha ido situándose mejor y ocupa ya un cierto nivel y decide ir de importante y “selfmade man”? Ese sigue llevando los calcetines de mercería de la esquina de su calle, que le compra “su santa” y que habitualmente se dan de tortas con el resto del atuendo, muy pensado y sin embargo, poco conseguido.
Claro, que al llegar a este punto, me he mirado los míos y pensado en lo que dirían de su dueña, los que utilizaran el mismo método que yo.
Y por si las moscas, ¡me los he quitado!