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Por las mañanas, camino del trabajo, voy oyendo la radio todos los días. Por las noticias y por ir escuchando algo que me entretenga y me impida quedarme dormida al volante.

Yo me he aficionado a un programa de noticias,  en el que  para hacerlo más ameno, van saltando de la cruda realidad de una guerra a los consejos de cocina, la limpieza de las manchas rebeldes o los goles de la jornada. Y evidentemente también, de anuncio en anuncio. Desde hace un tiempo, a base de oír los mismos anuncios una y otra vez, he decidido poner algo de atención y fijarme en lo que ofrecen, en la cadencia con la que aparecen, en las formas. En esos detalles que tanto estudian los publicitarios para llegar antes al público oyente y convencernos de la bondad de su producto. En esta cadena el anunciante es bastante fiel, aunque va variando “el papel” en el que envuelve su mensaje. Así, poniendo más atención de la habitual todos los días he aprendido algunas cosas en estos últimos meses.

Lo primero, que la cultura es una mercancía como otra cualquiera a la hora de vender, y no precisamente mal, pues la mayoría de los anuncios ofertan libros, cursos o vídeos. La misma garantía de calidad y el mismo teléfono de contacto, pero… unas veces Ramírez salva a su jefe porque gracias al maravilloso curso que promocionan, sabe todo sobre el IVA y los diferentes tipos impositivos canarios; otras es uno, que gracias al facilísimo método para aprender inglés en menos que canta un gallo, entiende las explicaciones en enrevesado inglés comercial de un representante extranjero ante el asombro de un colega, que dada su edad, dice no estar en condiciones de aprender el idioma, a pesar de insinuarse por el horizonte una amenazante reestructuración de su empresa.

La industria farmacéutica tiene un digno representante en “el marido de Alicia”, desgraciado ser que, sintiéndose enfermo en plena comida familiar de estupendo asado y riquísima tarta, jaleada por comensales y por mellizos que la loan al unísono, llama desesperadamente a su mujer. Por el tono dramático de su quejido pareciera que está al borde del infarto. Pero no. Reclama ser consolado en el amargo trance previo al estornudo que a esas alturas le cosquillea en la nariz. Por supuesto, más que estornudar, parece que truena. ¡Se anuncia el resfriado! Sin problemas. Para eso está el milagroso medicamento que se oferta y que hará desaparecer el malestar como por arte de magia. ¡Patético caballero éste que reclama a su mujer para que le proteja ante un vulgar “atchís” que más parece un ataque de bilis! ¿No habrá otra forma de loar las bondades de un anticatarral? Con este anuncio quedan los hombres de idiotas y las mujeres de lo de siempre aunque con la variante farmacéutica: “de pañuelo”, en vez de “paño de lágrimas”. ¡Deleznable!

¡Si leyéramos más! Se nos curarían algunos de estos males heredados de modelos educativos y estereotipos que nos rodean. Pero aquí no leemos lo que debiéramos: algunos ni un libro al año. Así que comprendo que haya que romperse la cabeza para buscar la mejor manera de endosarnos un par de títulos a cada uno. Claro, que no sé si lo que proponen sirve. Escucho con atención la conversación entre un mayordomo -¡figura obsoleta donde las haya!- y su señor acerca de la biblioteca del primero. El escenario y los personajes son ya el preludio de una mala comedia de casposa desigualdad social, no sé si para que “los señores” se bajen de su pedestal y se compren un libro en el quiosco o si, por el contrario, es para que “los mayordomos” se culturicen y con ello se pongan al nivel de sus “señores”. ¿Qué me quieren decir estos anunciantes? Supongo que el mensaje debería ser: lee y estudia para llegar más lejos, pero la forma escogida me lleva a otras conclusiones. Por ejemplo, que el libro es tan barato que hasta lo puede comprar un vulgar empleado. ¡Terrorífico!

Es muy frecuente que utilizan el gancho sexual, para ver si picamos. Una perla. Un caballero acude al médico, psiquiatra o psicólogo, a quejarse de lo vacía que es su vida, aunque no sabe bien porqué pues tiene todo lo necesario para ser feliz: se enamoró de su “santa” por su delantera, se casó de penalti y es aficionado al fútbol. ¿Qué más puede desear? Yo, por más vueltas que le doy, no consigo llegar a entender qué se esconde detrás de este planteamiento. ¿Qué te quejas de vicio, qué tienes todo aquello a lo que se puede aspirar? Porque la solución para salir de la depresión es: ¡cómprese un libro! ¿Están seguros? ¿No será que lo que quieren es no vender ni uno y que el público prefiera la delantera y el penalti? ¡Aberrante!

En otro mensaje, nos cuentan la historia de una dama que se va a Suiza “ligera de equipaje”. Va de compras -¿Suiza? ¿Compras?- y para eso lo mejor es no llevar nada. Ella incluso, vuela ¡en cueros! Si. Al creativo de turno se le ha ocurrido tentarnos de forma tan zafia para que sigamos escuchando y nos enteremos de las ventajas que ofrece la compañía. El precio es de saldillo, te dicen, hay que llevar dinerito fresco para las compras, pero…. No por ello vamos a renunciar a la categoría que nos corresponde. ¡Nos llevan en asientos de cuero que da mucha prestancia! ¿Gaste con moderación? ¿Aparente que tiene poderío económico? ¿Créase un exclusivo ejecutivo? Será. A pesar de lo vulgarcito y poco elegante que resulta su publicidad.

Y, ahora que ya nos hemos concienciado que el alcohol es una droga dura de efectos contundentes, un anunciante de licor nos conmina a beber su producto “cada día” porque nos lo merecemos. Dice que es para alegrarnos justo “eso”:“lo de todos los días” que ser, por lo que se ve, bastante crudo si del asunto necesita. ¿Se referirá a la vida rutinaria o a la familia o al trabajo? ¿Será el matrimonio a lo que alude? ¿Será a su mujer, a su marido, a sus hijos? ¿Será lo normal en toda persona que viva de su salario, su trabajo o su lo que sea? ¿Será para colocarse? ¿Para evadirse? Fomentemos, pues, el alcoholismo. Eso sí, con disculpa, que parece que así es menos grave.

Yo me pregunto: si los anuncios reflejan el nivel de inteligencia del oyente, ¿somos todos imbéciles? Si reflejan el de los anunciantes, ¿son perversos mentales? Si se trata del de los señores creativos…se me hace muy duro creer que dan ese nivel de incapacidad. ¡Y encima cobrar por ello!